Hoy he asistido a las VI jornadas estatales de custodia del territorio. Bueno, eso pero con muchas más mayúsculas.
¿Y qué es custodia? Me preguntas mientras clavas en mi pupila
tu pupila azul.
Custodia es una cosa muy bonita.
Vamos a empezar por el principio. La RAE (porque en el principio siempre está la RAE) dice que custodiar es guardar algo con cuidado y
vigilancia. Como Golum a su anillo, como la bruja a Rapunzel, como Violeta a
Pepé. (Mira que he pensado y pensado ejemplos y no he logrado hallar uno en que
el custodio no haya acabado perdiendo lo custodiado. Será por culpa de Drexler)
Cuando la custodia es
del territorio se trata de guardar esa cosa que pisamos y que nos envuelve, de
cuidarla, con sus hierbas y sus conejos, sus bacterias y sus linces. Y si
amarrar no sirve (porque obligar a no hacer, no usar, no ocupar, no cazar, no
manchar, no gusta) pues confiamos en convencer.
Y eso es bonito, pero no es lo más bonito: la
custodia no la hace un ayuntamiento, o la consejería, o un ministro, que
también, si quieren. La custodia la hace cualquiera. El que quiere y el que puede. Y la sala estaba llena de un montón de
cualesquiera. De señores con barba y señores sin barba. De tacones finos y de
deportivas viejas. De funcionarios, voluntarios, estudiantes, ganaderos,
friquis, propietarios, cazadores, y hasta un conejo. Llena de gente
que quiere cuidar la Tierra. Unos las setas, otros los pájaros, y otros una
abeja muy rara y muy bonita que sólo vive en Katmandú. Pero no. Tampoco es eso
lo más bonito. Lo más bonito es que lo hacen porque sí. Por convicción,
por pasión, por decencia, por derecho, y todo, por amor al arte.
Y por amor al arte se juntan, codo con codo, unos
cualesquiera con otros cualesquiera, y juntos, juntos van.
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