Castilla,
desde el aire, es hermosa como son hermosos los dientes demasiado
grandes de los niños pequeños. O un espigón de bloques de hormigón. Incomprensible, rara, inquietante,
fuera de lugar. Castilla, con sus campos, desde el aire, es dura,
tiesa, vestida de todos los verdes (su única concesión a la
primavera). Sólo sus ríos y sus tesos rompen de cuando en cuando la
rigidez. Castilla, la de los campos, no es como la madreselva, ni
como un manantial ni como un vellón de lana de oveja. ¿Qué
extraterrestre diseñó las lineas tirantes, los polígonos tensos y
los círculos incoherentes de los regadíos? Hecha de ángulos e
hipotenusas. Toda igual y toda distinta, como un puzzle difícil. Los
pueblos pequeños son cuerpos de arañas con cinco, seis o diez patas
tiesas, quebradas, caminos llenos de nadie que no entran ni salen,
hechos para pasar de largo. Para seguir andando. Hermosa y hermética.
¿Cómo es posible que algo hecho de tierra, de gente y de trigo sea
tan impenetrable desde arriba? Yo quiero recorrerla entera en bici, y
poner nombre, como Google Maps, a cada pueblo y a cada río y a cada
cerro. Meterme en su áspero paisaje y, con ojos cercanos,
encontrar, entre los rectos trazos, un ser de lineas suaves al que
poder querer: una piedra, una yerba en el camino, la puesta de un
insecto.
ps. me tocó ventanilla en Ryan Air.
Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta
-no fue por estos campos el bíblico jardín-
son tierras para el águila, un trozo de planeta
por donde cruza errante la sobra de Caín.
Campos de Castilla (1912), de Antonio Machado
(España)
es, en su mayor parte, un áspero y melancólico país, de montes
escabrosos y amplias llanuras, desprovistas de árboles; y un
silencio y soledad indescriptibles que tienen muchos puntos de
contacto con el aspecto selvático y solitario del África. (…)
Se ven al buitre y al águila dar vueltas en torno a los picachos de
las montañas y planear sobre las llanuras y bandadas de asustadizas
avutardas que merodean en torno a los brezales.
(…)
Algunas veces, en las provincias del interior, atraviesa el viajero
amplios terrenos de cultivo, hasta perderse la vista, ondulados en
ocasiones de verdura, y otras veces desnudos y abrasados por los
rayos del sol; pero inútilmente busca la mano que labró la tierra.
(…)
Es su paisaje, sin embargo, noble en su austeridad, de acuerdo con
las características de su pueblo. (…)
Hay algo también en los sencillos y austeros rasgos del paisaje
español, que imprime en el alma un sentimiento de sublimidad. Las
inmensas llanuras de las dos Castillas, que se extienden hasta donde
alcanza la vista, llaman la atención por su auténtica aridez e
inmensidad, y poseen, en sumo grado, la solemne grandeza del océano.
(…) Al recorrer
estas infinitas extensiones, se contempla acá y allá algún
singular rebaño de ganado que vigila un solitario pastor, inmóvil
como una estatua, con su larga y delgada vara que blande en el aire
como una lanza.
Cuentos
de la Alhambra (1832), de Washington Irving