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martes, 22 de mayo de 2018

Castilla desde el aire


Castilla, desde el aire, es hermosa como son hermosos los dientes demasiado grandes de los niños pequeños. O un espigón de bloques de hormigón. Incomprensible, rara, inquietante, fuera de lugar. Castilla, con sus campos, desde el aire, es dura, tiesa, vestida de todos los verdes (su única concesión a la primavera). Sólo sus ríos y sus tesos rompen de cuando en cuando la rigidez. Castilla, la de los campos, no es como la madreselva, ni como un manantial ni como un vellón de lana de oveja. ¿Qué extraterrestre diseñó las lineas tirantes, los polígonos tensos y los círculos incoherentes de los regadíos? Hecha de ángulos e hipotenusas. Toda igual y toda distinta, como un puzzle difícil. Los pueblos pequeños son cuerpos de arañas con cinco, seis o diez patas tiesas, quebradas, caminos llenos de nadie que no entran ni salen, hechos para pasar de largo. Para seguir andando. Hermosa y hermética. ¿Cómo es posible que algo hecho de tierra, de gente y de trigo sea tan impenetrable desde arriba? Yo quiero recorrerla entera en bici, y poner nombre, como Google Maps, a cada pueblo y a cada río y a cada cerro. Meterme en su áspero paisaje y, con ojos cercanos, encontrar, entre los rectos trazos, un ser de lineas suaves al que poder querer: una piedra, una yerba en el camino, la puesta de un insecto.

  

ps. me tocó ventanilla en Ryan Air.

Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta
-no fue por estos campos el bíblico jardín-
son tierras para el águila, un trozo de planeta
por donde cruza errante la sobra de Caín. 
Campos de Castilla (1912), de Antonio Machado


(España) es, en su mayor parte, un áspero y melancólico país, de montes escabrosos y amplias llanuras, desprovistas de árboles; y un silencio y soledad indescriptibles que tienen muchos puntos de contacto con el aspecto selvático y solitario del África. (…) Se ven al buitre y al águila dar vueltas en torno a los picachos de las montañas y planear sobre las llanuras y bandadas de asustadizas avutardas que merodean en torno a los brezales.
(…) Algunas veces, en las provincias del interior, atraviesa el viajero amplios terrenos de cultivo, hasta perderse la vista, ondulados en ocasiones de verdura, y otras veces desnudos y abrasados por los rayos del sol; pero inútilmente busca la mano que labró la tierra.
(…) Es su paisaje, sin embargo, noble en su austeridad, de acuerdo con las características de su pueblo. (…) Hay algo también en los sencillos y austeros rasgos del paisaje español, que imprime en el alma un sentimiento de sublimidad. Las inmensas llanuras de las dos Castillas, que se extienden hasta donde alcanza la vista, llaman la atención por su auténtica aridez e inmensidad, y poseen, en sumo grado, la solemne grandeza del océano. (…) Al recorrer estas infinitas extensiones, se contempla acá y allá algún singular rebaño de ganado que vigila un solitario pastor, inmóvil como una estatua, con su larga y delgada vara que blande en el aire como una lanza.
Cuentos de la Alhambra (1832), de Washington Irving

lunes, 23 de abril de 2018

Otra cosa


Ayer acompañé a mi abuela al casino. El Casino, lo voy a poner con mayúscula para no liarnos, no es un antro de azar y perdición, sino un edificio muy señorial al que acuden socios, generalmente elegantes y bastante mayores, que se juntan por el afán común (común entre ellos y entre muchos otros mortales que no van al Casino con mayúscula) de pasar el tiempo en compañía. A mi también me gusta pasar el tiempo en compañía pero no soy socia del Casino con mayúscula, así que cuando dejé a mi abuela jugando su partida y me puse a cotillear de puerta en puerta y de salón en salón, me invadió cierta sensación de furtivismo. Recorriendo las salas de puntillas entendí una cosa importante. Lo voy a poner en negrita para que os deis cuenta: donde haya un entarimado viejo, que se quiten los rayos infrarrojos. (Cuando sea famosa os podéis serigrafiar la cita en una camiseta, con comillas, eh). La cosa es que en el Casino con mayúscula es imposible pasar desapercibida. No porque tenga cincuenta años menos que la media de edad. También. No porque no lleve abrigo de visón. También. Pero lo que delata a cualquier intruso es su sistema de seguridad: ese entarimado de principios de siglo pasado. Ni de puntillas, ni pisando en las tablas impares, ni en las pares ni nada. Criiiic. Craaaac. Crooooooc. Me río yo del culo de Catherine Zeta Jones sorteando los rayos infrarorrojos en La Trampa. Si en vez de proteger el tesoro con infrarrojos lo hubieran puesto en medio de un salón del Casino con mayúscula....ni contorsión, ni culo ni nada. Otro gallo habría cantado, sí señor. Catherine tendría que haber cambiado de estrategia: por ejemplo, hacerse la permanente y aprender a jugar a la canasta. Y la peli habría sido...otra cosa.