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domingo, 22 de enero de 2017

Conversaciones en zapatillas

- Mamá, estoy pintando cosas que dan miedo, he pintado un fantasma y un monstruo, ¿qué más puedo pintar?
- Mmm...lo del miedo es muy personal, Violeta - digo distraída
- Sí, pero ¿qué puedo pintar? (los niños no aceptan vaguedades)
- ¿Un vampiro?
- Nooo, con forma de persona no vale
- (pues Trump era mi segunda opción…)
Sigo pensando en cosas que dan miedo (Vodafone, la precariedad laboral, las mafias de niños, la guerra de Siria, la indiferencia ante la guerra de Siria…) Pero al final digo:
- ¿Un ogro?
- no
- ¿un trol?
- no
- ¿un gigante malo?
- no
-….
- ¡Ya lo sé!- grita Violeta- ¡¡¡Un palito salpicando miel!!!

Y lo pintó…

Espero que podáis dormir esta noche.

jueves, 12 de enero de 2017

La sal siempre al final

Mi abuela me ha enseñado muchas cosas. Por ejemplo, la tabla de multiplicar del siete. Y la del ocho, y todas las demás, camino de ballet. Mi abuela, siempre caminando con su rápida cadencia, perejil, perejil, perejil, tan distinta de la mía que soy mucho más hierba buena, hierba buena. Yo un oso y ella un pajarito. Mi abuela sabe cosas: de economía, de sembrar tomates, de coser, de política, de cocina. Camina como una marquesa, mi abuela, pero cava el huerto como buena labradora castellana. Y siempre tiene el refrán apropiado: quien despierta a un dormido tiene paz y quiere ruido (desde que nacieron los pequeños siempre le he tenido que dar la razón en eso). Mi abuela, discreta y abnegada, ordena, pinta, cose, limpia, siembra, cocina, y todo ello como sólo las abuelas saben hacerlo. Como sólo mi abuela sabe hacerlo. Ella, con naturalidad de abuela, me ha enseñado la receta del potaje de garbanzos, el punto alto de ganchillo y el secreto de las lentejas. La sal siempre al final. Yo he aprendido mucho, pero a medias, así, como aprendemos los nietos. Ni los garbanzos ni el ganchillo ni las lentejas me han salido nunca como a ella. Ese don especial es de mi abuela. Me pregunto qué les enseñaré a mis nietos: a pensar raro, los nombres de las plantas, a quedarse mirando a las musarañas mientras se ponen un calcetín, a recitar caperucita roja del revés…No sé, me parece que lo de las lentejas tiene más enjundia, pero cada uno se hace a sí mismo como puede, como quiere y como le sale. Y a mí me ha salido así. Y quizá por eso admiro a mi abuela, que salió de un así tan admirable. Yo he aprendido cosas a lo largo de la vida, pero reservo un bolsillo especial en el corazón donde guardo todo lo que mi abuela me enseña. Y ese bolsillo del corazón late fuerte y calentito.



lunes, 9 de enero de 2017

Una San Silvestre mítica

Cuando Mercurio decidió participar en la San Silvestre Salmantina, los demás inscritos protestaron. Competir con alguien que lleva alas en los talones no es muy alentador, que digamos. Mercurio entrenaba en la Aldehuela, más por presunción que por necesidad de prepararse, dejando atrás a atletas y velocistas. Unos días más tarde apareció, en las listas de inscritos, Flash, el superhéroe, que ni siquiera se tomó la molestia de entrenar. Y, a tan sólo un día del cierre de inscripciones, el nombre del Correcaminos, seguido, cómo no, del sempiterno Coyote, acabó de intimidar al resto de participantes. El día de la carrera, reporteros de todo el mundo acudieron para retransmitir el espectáculo. ¿Cuál de ellos se alzaría con la victoria? El día amaneció frío. Muy frío. Una niebla helada invadía las calles. Y por eso ganó Manuel González, frutero de la plaza de la Fuente: el único que llevaba gorro.