blog

blog

domingo, 7 de noviembre de 2010

Footecillos

Mi musa piecil: nacho

sábado, 6 de noviembre de 2010

Pesadilla en Halloween


Los disfraces, ay, los disfraces….fuente de dolorosos desengaños entre lo esperado y lo conseguido. He aquí la historia de tantas y tantas decepciones:

Tú (o yo) con toda tu creatividad nutrida de películas, de historias, o de tu propia imaginación, diseñas un disfraz casero. Tu disfraz. Creativo, estupendo, flamante. Este año sí que van a flipar con tu disfraz ¡Y todo con materiales reciclados! (oh error). Y es que las ideas siempre son buenas, pero luego, cuando decides llevarlo a cabo….pasa lo que pasa.

Como aquella carrera de disfraces en que las nenitas nos disfrazamos de Árbol de Navidad, que nadie identificaba y que se nos deshizo en el primer charco. Aunque, todo hay que decirlo, patente quedó que aún éramos ligeramente reconocibles (a la par que poco dignas) cuando los vikingos nos gritaron -¡Ya veréis cuando os agarremos las bolitaaaas!

En la carrera del año siguiente tuvimos la suficiente lucidez como para decidir que Cat Woman, ese disfraz que sonaba tan sexi en nuestra imaginación, iba a resultar en nosotras-vestidas-de-morcillitas, con tres michelines asomando por encima de las mallas y una cartulina con forma de orejas cosida al verduguito de cuando estábamos en preescolar. Sin embargo, una nueva y brillante idea surgió, y no menos cutres resultaron las estupendas hermanas Dalton y la buena de Sinte Luck (no quisiera recordar los otros nombres con que la bautizamos)

Y ahora que estamos en EEUU, el país de lo imposible, la cuna de Halloween, los inventores del treat or trick, el origen de los disfraces más espeluznantes y las películas de terror….parece que no espabilamos. Yo empecé imaginando un estupendo disfraz de ovillo de lana. Hasta que me enrollé en la cuerda de escalar. Y resulté ser una especie de salchicha deshilachada (gracias a dios, no hay fotos). La pobre Nathalie era algo así como un cactus. Pero sin tallo, ni espinas, ni cactus. Molly un león. Pero sin león. Nacho pinchado en un lacio alfiler de gomaespuma. Holly de vaquera con su pistola naranja de plástico (único símbolo de su vaqueridad), y Tina…Tina se arrastraba por el suelo con un calcetín colgado de la nariz. Luego supimos que “era” un elefante marino.

Estábamos intentando superar nuestra vergüenza colectiva cuando, de repente, llaman a la puerta. Diiiiing Doooooong. Siete cuasi-treintañeros nos abalanzamos para abrirla con las manos llenas de caramelos y la sonrisa llena de dientes y la ilusión llena de niños. Eran los adolescentes de la casa de al lado, con sus granos y su aliento a cigarrillo y su cara de pasota, que venían a que - Si eso, que venga, que no seas cutre y nos largues unas chuches. Nos miramos confundidos. Yo con mi ojo colgante de ganchillo, Tina con su trompa-calcetín, Nacho con su alfiler lacio,  y Holly con su pistola naranja de plástico. Avergonzados, con la mirada gacha, les largamos la mercancía y nos volvimos para dentro, donde nos sentimos de nuevo calentitos y seguros en nuestra común cutrería, mientras cada uno imaginaba para sí mismo -El año que viene…el año que viene sí que van a flipar con mi disfraz.   


jueves, 4 de noviembre de 2010

Lo que embellece al desierto

Lo que embellece al desierto es lo que esconde. Porque lo esencial es invisible a los ojos. Y en nuestro caso lo esencial resultaron ser pulgas. Y nos picaron hasta en el alma. Y ni con los ojos del corazón pudimos verlas.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Con ojos de pronghorn

En el corazón de Utah se esconde el paisaje más bonito del mundo. El paisaje más bonito del mundo no se puede fotografiar. Y no se puede contar. Y nunca se puede volver a él. Su inmensa belleza dura sólo un instante. El primer instante. El del descubrimiento. El momento en que la vista se sobrecoge, las rodillas tiemblan y se eriza la piel. Un segundo después el paisaje más bonito del mundo se desvanece, dejando tan sólo una vulgar caricatura de lo sublime: una vista, un recuerdo, una foto.
Sólo me queda (y no es poco) la certeza de, una vez, haber estado allí. Con todo mi yo.