Violeta
es mujer de un solo amor. Por los amigos, por los juguetes, por la
comida. Ay, por la comida. Hubo un día en que judías y patatas
convivieron en el corazón de Violeta, pero aquello ya pasó. Quizá
por las circunstancias, quizá por un desplante de los desgraciados
tubérculos, un día las patatas quedaron desterradas para
siempre de su amor. Desde entonces, y hasta hoy, sólo le gustaban
las judías verdes. Patatas no, mamá, apártalas del
plato. Pero hoy vientos de cambio llegaron a nuestra mesa.
Hoy quiero probar las patatas. Un trozo MUY pequeño, por
favor. Lo introduce con cautela en su boca (Expectación. El
mundo se para). Sus ojos miran al infinito, indecisos. Por fin, un
veredicto: Me gustan (Fuegos artificiales, una banda con
trompetas, elefantes, leones y dromedarios desfilando por la cocina).
Y durante un efímero instante las judías, de la mano de las
patatas, llenan su pequeño corazón. Pero oh, al segundo siguiente
la mirada se endurece, la boca se tensa: Estoy pensando que las
judías tienen un sabor que... (ay) que... (ay, ay) no,
no me gusta. Judías no, mamá, apártalas
del plato.