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jueves, 12 de enero de 2017

La sal siempre al final

Mi abuela me ha enseñado muchas cosas. Por ejemplo, la tabla de multiplicar del siete. Y la del ocho, y todas las demás, camino de ballet. Mi abuela, siempre caminando con su rápida cadencia, perejil, perejil, perejil, tan distinta de la mía que soy mucho más hierba buena, hierba buena. Yo un oso y ella un pajarito. Mi abuela sabe cosas: de economía, de sembrar tomates, de coser, de política, de cocina. Camina como una marquesa, mi abuela, pero cava el huerto como buena labradora castellana. Y siempre tiene el refrán apropiado: quien despierta a un dormido tiene paz y quiere ruido (desde que nacieron los pequeños siempre le he tenido que dar la razón en eso). Mi abuela, discreta y abnegada, ordena, pinta, cose, limpia, siembra, cocina, y todo ello como sólo las abuelas saben hacerlo. Como sólo mi abuela sabe hacerlo. Ella, con naturalidad de abuela, me ha enseñado la receta del potaje de garbanzos, el punto alto de ganchillo y el secreto de las lentejas. La sal siempre al final. Yo he aprendido mucho, pero a medias, así, como aprendemos los nietos. Ni los garbanzos ni el ganchillo ni las lentejas me han salido nunca como a ella. Ese don especial es de mi abuela. Me pregunto qué les enseñaré a mis nietos: a pensar raro, los nombres de las plantas, a quedarse mirando a las musarañas mientras se ponen un calcetín, a recitar caperucita roja del revés…No sé, me parece que lo de las lentejas tiene más enjundia, pero cada uno se hace a sí mismo como puede, como quiere y como le sale. Y a mí me ha salido así. Y quizá por eso admiro a mi abuela, que salió de un así tan admirable. Yo he aprendido cosas a lo largo de la vida, pero reservo un bolsillo especial en el corazón donde guardo todo lo que mi abuela me enseña. Y ese bolsillo del corazón late fuerte y calentito.



2 comentarios:

El Torta dijo...

ayyyyyyyyyy

Mi abuela hacía un puchero que nadie más ha sabido repetir, y nunca jamás volverá a verse (ni olerse) sobre la faz de la tierra.... Y tantas cosas más...

Era gruñona pero cariñosa a su manera: cuando nos íbamos del pueblo se quedaba llorando en la puerta. Yo me habría quedado allí siempre con ella, de día en el campo, de noche escuchando historias alrededor de la mesa camilla. Pero había que volver a la ciudad donde la modernidad nos esperaba...

A cuantas cosas dice no cada sí que pronunciamos!


pepime dijo...

Gracias Paco...qué bonito poder conocer un poquito a tu abuela en tí y también que me regales un poeta. No todos los días le regalan a una todo eso.