Algunas mañanas viene Lucas a nuestra
cama. Nos tapamos bien y remoloneamos. En realidad, remoleamos,
en idoma 4 a 6 años. Para Lucas remolear es ser un cerdo. Yo
soy la granjera y el cerdo Lucas es rosa y cariñoso y hace cosas de
cerdo, como dormir, revolcarse en las mantas-barro y comer bellotas y
mazorcas de maíz. Hace un par de semanas Lucas era un hámster, y
antes de eso un tigre y mucho antes el Yeti. A mí me gustaba más el
Yeti, porque era tierno y cuando comía hielo se hacía invisible.
Con el tigre, sin embargo, empezaba la mañana un poco más nerviosa
y magullada, sobre todo si la noche anterior había olvidado guardar
bajo la almohada un buen chuletón imaginario para calmar su apetito.
Al cabo de un rato de vida en la granja-cama suele llegar Violeta.
Violeta y yo nos
acurrucamos y nos frotamos
los pies (el
remolear con el que yo
soñaba) mientras el cerdo salta encima de nosotras. A veces Violeta
no quiere jugar pero al final acaba rindiéndose a los encantos del
cerdo. Hoy al cerdo se le ha ocurrido organizar una fiesta en el
corral. Yo he propuesto aportar bellotas pero tanto el cerdo como
Violeta preferían madalenas de cerdo y tarta de cerdo, que he
preparado en mi horno-almohada mientras Violeta engalanaba la
habitación con guirnaldas y confeti imaginario.
La
fiesta ha sido un éxito, pero hemos llegado tarde al cole.
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