Ayer Violeta y Lucas trajeron un pomelo a casa.
Mira que es bonito. Ay, nos dejamos engañar por su
atractivo enigmático. Es el fruto de la discordia. Una fruta inquietante. De
aspecto apetecible pero poco definido, lo que causó terribles desavenencias a
la hora del postre:
Primero discutimos por si era del tamaño de una naranja
gorda o de un melón pequeño.
Luego discutimos por el color de su cáscara: ¿naranja,
rosada o amarilla?
Cuando lo abrimos discutimos, los ánimos ya bastante
caldeados, por si era rojo o rosa por dentro.
Pero cuando lo probamos, uno tras otro, como si no fuéramos
capaces de aprender de la experiencia ajena, toda posible discrepancia se
disipó.
Por la calle se oyen cosas: algunos dicen que es amargo. Otros
lo describen como agrio. Áspero, le dicen otros. Que tiene sabor acre,
comentan. Un gusto acerbo.
Sin embargo, para nosotros no existió la duda. Por fin,
cual familia amorosa, una opinión compartida nos devolvió la armonía:
Lo que es...lo que el pomelo es, es ¡¡¡¡MALO!!!
1 comentario:
Y ya sabéis quien se comio el pomelo, no? Yo!
Publicar un comentario