Imperio Romano. Más de quinientos años de hegemonía en todo el
Mediterráneo. Desde Portugal hasta Mesopotamia un solo Emperador,
unas únicas leyes, una lengua unificadora que condenó, 20 siglos
después, a declinar rosa rosae en el instituto a mil millones
de adolescentes con granos por todo el mundo.
Toda Europa llegó a estar ocupada por los romanos. ¿Toda? No, ¡Una
remota tierra poblada por irreductibles bárbaros resistió al
invasor! En realidad no es una remota tierra. ¡Se dejaron todo el
norte! ¿Estrategia política? ¿Pericia bélica de los pueblos
nórdicos? Qué va. Lo que pasa es que por ahí parriba ¡hacía un
frío del copón! Y los romanos, como todavía no habían inventado
las togas de forro polar, no le vieron sentido a subir más allá de
NewCastle.
Y esto ¿por qué me importa a mí? Pues por varios motivos.
Primero, les tengo rabia por pura envidia. Porque ellos supieron ver
que alrededor del Mediterráneo uno estaba a gustito, la vida era
relajada y había ciruelas claudias en verano y uvas en otoño. Los
gladiadores se les ponían morenitos, lo cual daba muy buena
impresión al público y la sandalia fue moda de
primavera-verano-otoño-invierno durante seiscientos años
consecutivos. Y yo, ciega a tantísimos años de historia, he
decidido pasar 6 meses al año a bajo cero mientras como albóndigas
de IKEA.
Segundo, porque por culpa de la ausencia romana aquí en el Norte, no
hay manera de entenderse con los vikingos. Nada que se parezca al
latín ni remotamente. De verdad, que yo le pongo buena intención,
pero es que perro se dice hund, niño barn y
pollo kyckling y así no hay forma de comunicarse. Si
al menos se hubieran resignado a su lenguaje simple y primitivo, como
los ingleses, todo nos habría ido mejor. Los ingleses no se
preocupan por tener pocos tiempos verbales. Se toman un té a las 5 y
ya se sienten hasta aristocráticos. Pero los suecos a las 5 ya han
dado de cenar a los niños, así que les sobra mucho tiempo libre,
que han empleado en: a) generar una gramática que de dolores de
cabeza a los extranjeros b) elaborar las chockladbollar,
unas bolas de avena
con chocolate duras como piedras que, cuando te metes una en la boca,
te tienen entretenido hasta las 10 de la noche.