blog

blog

lunes, 28 de noviembre de 2016

La verdadera receta de las aceitunas

Aliñar tus propias aceitunas tiene su intríngulis. Dicen que es difícil obtener la receta al completo. La buena, la de verdad. Pero no te preocupes. Tengo el secreto. Y TE LO VOY A CONTAR. Aquí. Ahora. Paso a paso. Sin códigos promocionales. Sin cupones descuento. Sin permanencia. ¿Estás listo? Pues toma nota y sigue al pie de la letra: 

Primero tienes que ir al olivar de Tomares con Paco y Gloria y coger las aceitunas en su punto justo: según Paco, verdes tendiendo a morado. Como se te despierta la codicia, al final coges diez kilos, que van desde el verde pistacho hasta el negro petróleo.

Las machacas, según Roberto, con una piedra, o las rajas, según Paula, con un cuchillo. Después las pones en agua, según un amigo de Jesús Villazán. O en salmuera, según Keka. Si te pones tiquismiquis, pones un huevo a flotar, según Gerard. Les cambias el agua todos los días, según Paco, el portero. O cada un par de días, según Ana la panadera. O no se lo cambias, según un tío que tiene un blog en internet. 

Cuando ya no amargan (o te hayas cansado de que toda la casa huela a aceituna machacada) es que ha llegado la hora de aliñarlas. Fácil: cortas trocitos de zanahoria y de pimiento rojo, según el que vino a instalar el ADSL. No, mejor verde, según Juan, el del puesto de verduras. Añades ajo machacado y limón, según la del bar Mercedes, que no se llama Mercedes, sino Gema. O vinagre, según Josele el papá de Yulia. Y orégano, comino o tomillo, según mi amiga Rosario la teóloga. Con agua, tal cual, según Juanjo, o cocido, según Carmen, la de Lunares y Limones. Las tienes en aliño durante una o dos semanas, según el bol parlante de Óscar. O hasta que te entre el hambre, según Nacho.

Según Herrera, ni se te ocurra tocarlas con objetos metálicos: se convertirán en gremlins y te arrancarán la cabeza mientras duermes. 

Según Pedro, debajo del puente en el río hay un mundo de gente, debajo en el río en el puente.

Al final te las comes.


domingo, 20 de noviembre de 2016

Sobre gustos

Ayer Violeta y Lucas trajeron un pomelo a casa.
Mira que es bonito. Ay, nos dejamos engañar por su atractivo enigmático. Es el fruto de la discordia. Una fruta inquietante. De aspecto apetecible pero poco definido, lo que causó terribles desavenencias a la hora del postre:
Primero discutimos por si era del tamaño de una naranja gorda o de un melón pequeño.
Luego discutimos por el color de su cáscara: ¿naranja, rosada o amarilla?
Cuando lo abrimos discutimos, los ánimos ya bastante caldeados, por si era rojo o rosa por dentro.
Pero cuando lo probamos, uno tras otro, como si no fuéramos capaces de aprender de la experiencia ajena, toda posible discrepancia se disipó.
Por la calle se oyen cosas: algunos dicen que es amargo. Otros lo describen como agrio. Áspero, le dicen otros. Que tiene sabor acre, comentan. Un gusto acerbo.
Sin embargo, para nosotros no existió la duda. Por fin, cual familia amorosa, una opinión compartida nos devolvió la armonía:
Lo que es...lo que el pomelo es, es ¡¡¡¡MALO!!!


sábado, 19 de noviembre de 2016

Pensamientos desde la burbuja

Cada mañana, camino del cole en coche, nos encontramos a Larry, luego a Ali y a Harrison, y a veces a Osás, que nos saludan con su sonrisa de dientes blancos y un paquete de pañuelos en la mano; sus sueños, guardados en el bolsillo. Al fondo del bolsillo. O no sé dónde. 

lunes, 14 de noviembre de 2016

Conversaciones en pijama

Son las diez de la noche, y Lucas (duérmete niño) lleva una hora dando vueltas en la cama.
- Mamá
- Qué, Lucas
- Nunca nunca nunca más, nunca más, nunca más, nunca nunca más quiero ir a la montaña
- Mmm
- ¿Sabes por qué?
- ¿Por qué?
- Porque si hay piedras, y corro con los ojos cerrados, me puedo caer
- Mira, lo que puedes hacer si vamos a la montaña y hay piedras, es correr con los ojos abiertos
- Ah, vale.

jueves, 10 de noviembre de 2016

Otoño con seis patas


Ya están aquí. Han invadido la ciudad, y no son zombis. Trepan por las paredes, y no son Spiderman. Vuelan, y no son Superman. Copulan impúdicamente, y no son Berlusconi.

¡Son las hormigas voladoras! Cada año, tras las primeras lluvias de otoño, un batallón de hormigas aladas se despliega por la ciudad, en un hermoso aleteo, o danza errática, o meneo de caderas, buscando una buena pareja para copular y un huequito donde establecerse. Eso las hembras, para los machos con la cópula es suficiente, y mueren inmediatamente después, exhaustos de tamaña pasión.

Es un arriesgado baile nupcial, porque los pájaros, ojo avizor, no descansan. Ni tampoco las señoras con bolso de piel. ¡Zas! Bicho asqueroso.

Las que consiguen aparearse (no las señoras, sino las hormigas) caen al suelo, pierden sus alas y, si tienen mucha suerte, encuentran el lugar idóneo para iniciar su nueva casa. Excavan una galería y preparan la fiesta: manteles de hilo, cubertería de plata, camareros con chaqué. Ya son reinas. Pronto nacerán las crías y todo se llenará de vida: obreras excavadoras, forrajeadoras, soldados, machos alados. Y un día, cuando la casa se quede pequeña, una nueva cohorte de princesas aladas hará sus maletas y, tras las primeras lluvias de otoño, alzará el vuelo, desplegándose por la ciudad, en un hermoso aleteo, o danza errática, o meneo de caderas.

La vida se renueva. 


miércoles, 2 de noviembre de 2016

Por amor al arte

Hoy he asistido a las VI jornadas estatales de custodia del territorio. Bueno, eso pero con muchas más mayúsculas.

¿Y qué es custodia? Me preguntas mientras clavas en mi pupila tu pupila azul.

Custodia es una cosa muy bonita.

Vamos a empezar por el principio. La RAE (porque en el principio siempre está la RAE) dice que custodiar es guardar algo con cuidado y vigilancia. Como Golum a su anillo, como la bruja a Rapunzel, como Violeta a Pepé. (Mira que he pensado y pensado ejemplos y no he logrado hallar uno en que el custodio no haya acabado perdiendo lo custodiado. Será por culpa de Drexler)

Cuando la custodia es del territorio se trata de guardar esa cosa que pisamos y que nos envuelve, de cuidarla, con sus hierbas y sus conejos, sus bacterias y sus linces. Y si amarrar no sirve (porque obligar a no hacer, no usar, no ocupar, no cazar, no manchar, no gusta) pues confiamos en convencer.

Y eso es bonito, pero no es lo más bonito: la custodia no la hace un ayuntamiento, o la consejería, o un ministro, que también, si quieren. La custodia la hace cualquiera. El que quiere y el que puede. Y la sala estaba llena de un montón de cualesquiera. De señores con barba y señores sin barba. De tacones finos y de deportivas viejas. De funcionarios, voluntarios, estudiantes, ganaderos, friquis, propietarios, cazadores, y hasta un conejo. Llena de gente que quiere cuidar la Tierra. Unos las setas, otros los pájaros, y otros una abeja muy rara y muy bonita que sólo vive en Katmandú. Pero no. Tampoco es eso lo más bonito. Lo más bonito es que lo hacen porque sí. Por convicción, por pasión, por decencia, por derecho, y todo, por amor al arte.

Y por amor al arte se juntan, codo con codo, unos cualesquiera con otros cualesquiera, y juntos, juntos van.


martes, 1 de noviembre de 2016

Halloween

Tengo el pelo enredado. 
Porque Halloween volvió y cuando viene Halloween se me enreda el pelo.
Algo así (pero bastante peor por eso de no tener veinte años):

A mí no es que me guste ni me disguste Halloween, pero como ya no sé ni de dónde vengo ni adónde voy, no me importa celebrar cualquier cosa, sobre todo si hay comida de por medio, desde Acción de Gracias con su pavo y sus conversaciones típicas (sobre el pavo), a Santa Lucía con sus suecos (sin conversación) y cuatro velas en la cabeza, pasando por la Feria, con sus flamencas, ofú, qué grasiooosaas, y el albero pegado en los zapatos. Que sí, que Halloween con su americana ajenidad ha llegado y se nos ha instalado sin pedir permiso, pero qué le vamos a hacer: este año hemos torturado calabazas y nos hemos disfrazado, como siempre con resultados altamente decepcionantes para todos. Pero no todo sigue igual. La vida avanza, las cosas cambian: este año…las galletas…(redoble de tambores)…¡no se nos han quemado!